Los cantamañanas de siempre andan estos días haciendo encendidos elogios de la II República, uno de los regímenes más nefastos que ha conocido España y que degeneró, víctima de los izquierdistas y de los nazionalistas, en una situación revolucionaria cuyo parecido con una democracia era pura coincidencia.

Por su interés se reproduce la descripción que nos ofrece Deseado Mercadal, nada sospechoso de simpatías reaccionarias,  de la masacre de La Mola en Agosto de 1936. Llama la atención la búsqueda de atenuantes por parte del autor, pero en cualquier caso la mera descripción de la carnicería ya da cuenta de la calaña de los frentepopulistas.

LOS HORRIPILANTES ASESINATOS DE LA MOLA EN LOS DÍAS 2 Y 3 DE AGOSTO

La tragedia de la Mola, engendrada en mentes exaltadas y vengativas, tuvo un inicuo preludio cuando el 1 de agosto una sección de la marinería conducía desde la Base Naval hasta la Mola a los presos hechos en la ya detallada acción de Cabrera. Poco después de iniciada la marcha, fueron ejecutados, sin más, los hermanos Gaspar y Juan Suñer Mas de 16 y 18 años, su padre Damián Suñer Mascaró, todos ellos mallorquines y el Comandante retirado Mariano Ferrer.

A primeras horas de la noche del 2 de Agosto fueron conducidos a las inmediaciones de «Es Freus» el general Bosch Atienza, el Comandante de Estado Mayor, Jacinto Dolz del Castellar, el teniente coronel de Infantería, Luis Martos González, el coronel de Infantería retirado, Jaime Vidal Villalonga, los Comandantes de Artillería, Manuel Quintero Ramos y Jaime Sampol Mercadal, el tyeniente de la Guardia Civil, Julio Riera Terrades, el teniente de Carabineros, Miguel Vila Olaria, el de la Guardia de Asalto, Bernardo Monclús Durango, el Comandante de Infantería, Sebastián Rodríguez Vinent y el Capitán de Infantería, Claudio Gil Alós y allí mismo fusilados.

En la noche del siguiente día se produjo otra espantosa matanza cuya relación de víctimas se detalla al final de este capítulo.

En los días que siguieron a la tragedia tuve ocasión de hablar con alguno de los soldados que colaboraron en la tarea de recoger los cadáveres, los cuales me participaron el horror que les produjo el dantesco espectáculo que vieron sus ojos, pues muchos de los cadáveres esparcidos por el patio, habitaciones y corredores se hallaban materialmente destrozados. Dato espeluznante el del fusilamiento de doña Hercelia de Solá, cuyo cuerpo todavía agonizante fue lanzado al vacío por el peñascal de s´Esperó.

Veamos el relato que dejó escrito un testigo de excepción, el alférez de navío Carlos Moya Blanco quien, junto con unos pocos, logró salir con vida de la matanza.

«A las 8 de la tarde del día 3 de Agosto, cuando la mayoría de los detenidos estábamos paseando por el patio, hicieron irrupción en él muchísimos soldados, cabos y sargentos de Artillería y de Infantería (no vi a ningún marino) armados de fusiles, pistolas y ametralladoras que con una intensidad salvaje nos ametrallaron a mansalva. Ante lo inesperado del ataque, su superioridad numérica y nuestra absoluta indefensión, era inútil e imposible toda resistencia. De las primeras descargas quedaron muchos muertos y heridos en el patio y los demás pudimos refugiarnos en los pabellones laterales escondiéndonos la mayoría en los retretes del fondo, otros en una pequeña habitación del extremo del patio, algunos, como yo, nos tumbamos entre los camastros fingiéndonos muertos entre los heridos y los cadáveres; todo ello en medio de una lluvia de incesantes balas que nos disparaban desde la puerta y ventanas.

Cuando los asesinos entraron en los pabellones, muchos fueron acribillados en el sitio donde fueron sorprendidos como el almirante que murió en el camastro donde se encontraba y otros eran sacados al patio en donde eran asesinados entre golpes e insultos, ensañándose especialmente con algunos del Ejército; con los de marina no vi que se ensañaran con ninguno porque no nos conocían.»

En otros párrafos de su descripción, Moya Blanco dice que «hubo tiroteo casi incesante hasta aproximadamente las tres de la madrugada» … «a esa hora cerraron las puertas de los pabellones y después de un pequeño descanso se dedicaron a rematar a los heridos del patio e ir sacando los cadáveres fuera. Ya de madrugada encontraron al teniente Casares que había estado fingiéndose el muerto entre los cadáveres del patio, matándolo un cabo de artillería.

Hacia las 6 de la mañana entraron en el pabellón en el que se hallaba Moya Blanco y los demás que allí se habían refugiado. «Al encontrarnos nos hicieron salir a un grupo de cuatro, y cuando nos iban a matar a tiros, llegó un individuo vestido de paisano con varios guardias de Asalto que tras una breve discusión les convenció de que no debían matarnos sin juzgarnos por lo que nos introdujeron de nuevo en la habitación donde llevaron también a los supervivientes de otro pabellón siendo por lo tanto dieciséis los que quedamos de los 148 que en total creo estábamos …».

Pese a que Moya Blanco habla de dieciséis supervivientes, en la página que figura en la página 141 de su relato, únicamente aparecen los catorce nombres siguientes: Teniente Coronel de Infantería Arturo Guerrero; Comandantes de Infantería, Gervasio Hernández, Jiménez y Tójar; capitanes de Artillería, Ferrer, Cots y Saler; Teniente de Infantería, Sandino; Teniente de Intendencia, Trémol; Cadete de Toledo,Alberto Moreno; Capitán de Corbeta Isidro Sáez; Comandante de Intendencia de la Armada Fernando Álvarez y los Alféreces de Navío Enrique Manera y Carlos Moya Blanco.

¿Quién o quiénes fueron los responsables que ordenaron o indujeron a las matanzas ocurridas en las noches de los días 2 y 3 de Agosto de 1936 en La Mola? La Historia tiene sus secretos y sinceramente creo que nos hallamos ante uno de estos. En opinión de varias personas que por los cargos que desempeñaban podían tener informaciones fiables si bien no me atrevería a darlas por exactas y definitivas, los asesinatos pudieron decidirse en el curso de una reunión celebrada en la Comandancia Militar  con asistencia de Marqués, Palou, Venegas, Quintanilla y Gabaldón.

Marqués estuvo en la Mola el 25 de Julio dando órdenes para que fuesen cambiados de nave algunos de los detenidos al objeto de que «no hubiese confusiones» aunque ello no indicaría que se tratase de incluir o aislar a algunos de futuros actos de violencia. Se aseguró también que Palou se presentó en la Fortaleza unas horas antes de que se iniciara la tragedia ordenando que los tenientes Thomas, Sard y Moya fuesen trasladados a un lugar distinto del que ocupaban pero no así el teniente Miguel Garau que estaba con ellos. La razón de querer salvar a los primeros obedecería al hecho de que fueran mallorquines como lo era él, y pertenecientes a familias de condición modesta, mientras que Garau, también mallorquín, era de familia pudiente.

Preciso es recordar que antes de 18 de julio habían llegado efectivos de tres baterías de Galicia, Mataró y Zaragoza, cuyos hombres no tenían ningún vínculo afectivo ni con la sociedad menorquina ni con los que luego serían ejecutados. Entre aquella tropa de artillería había algunos «maleantes y desaprensivos» según frase de cierto informador al que siempre consideré imparcial y objetivo. Diré también que al atardecer del día 3 llegó el primer contingente de milicianos, los cuales caldearon el ambiente a favor de hacer justicia rápida y expeditiva.

Por su parte, los penitos que durante su encierro en la Mola habían sufrido vejaciones y lo mismo algunos soldados y subalternos castigados o humillados en ocasiones por algún oficial altanero, participaban de aquellos sentimientos de venganza. Las noticias llegadas de Mallorca dando cuenta de la terrorífica represión que allí se estaba llevando a cabo y el hecho de que se había iniciado la instrucción de sumarios lo que significaba que los juicios se alargarían por culpa del consabido papeleo, significaron otras tantas circunstancias determinantes de que, en un momento dado, saltase la chispa que desencadenó el drama.

Terminada la guerra, fueron procesados los sargentos de Infantería, Emilio de Benito Bueno y Antonio Sastre Vaquer, que estaban de guardia en la Penitenciaría aquella noche fatídica en que se desarrolló la matanza. Sastre, que por su antigüedad era el jefe de la guardia, había acudido a atender una llamada telefónica sin que nadie contestara al otro lado del hilo. Al volver a su puesto, había empezado la agresión. Sastre trató de oponerse a los soldados de la guardia que se habían sumado a los agresores como también varios sargentos. En un momento dado, Sastre gritó ¡Basta de sangre!. A su compañero de Benito se le responsabilizó de la matanza, siendo condenado a muerte y fusilado el 11 de Septiembre de 1939, mientras Sastre fue condenado a pena de prisión.

Siguen los nombres de cien jefes y oficiales de las distintas armas asesinados  en la fortaleza de la Mola los días 2 y 3 de Agosto de 1936.

«La Guerra Civil en Menorca 1936-1939. Relato de un testigo». Deseado Mercadal Bagur. Mahón, 1994. Editorial Menorca S.A.